martes, 21 de febrero de 2012

Articulo.- “Mátenlos en caliente” por Cesar Valdéz.




...dime, dime, ¿para quién hicieron la cárcel? /

porque el rico nunca entra y el pobre nunca sale...

La Polla Records


44 muertos se suman a la larga lista de suicidios supuestos más nunca investigados, muertesnaturalesydescaradas ejecuciones ocurridas en penales de Nuevo León en los últimos años, mostrando lo que siempre sesupo: que las autoridades no han podido ni querido controlar el sistema penitenciario, a ciencia y paciencia de unaprensa inquisitorial que alimenta a una opinión pública santurrona cómodamente instalada en la ignorancia y el fácilrecurso del afán de linchamiento.

Hoy lunes 20 de febrero de 2012 algunos columnistas han ubicado estos terribles hechos en el contexto nacional,señalando que estos asesinatos en el penal de Apodaca son parte de una cadena de sucesos de sangre encentros penitenciarios como los de Juárez o Tijuana, en donde también se han registrado homicidios, en violentascircunstancias a los que los funcionarios estatales y federales dan carpetazo con la etiqueta demotín.

Sin embargo, el caso del sistema penitenciario de Nuevo León tiene particularidades que le dan a los 44asesinatos del penal de Apodaca un cariz más terrible que el que de por tiene una matanza de esasdimensiones; cariz que tiene que ver con lo anómalo del funcionamiento habitual de las instituciones deadministración de ese sistema penitenciario y de la percepción que los nuevoleoneses tienen de él.

Tenemos a una autoridad estatal que por decenios ha dejado a las cárceles en un limbo jurídico y administrativo,en manos de funcionarios que más que rendir cuentas a la sociedad, han convertido al sistema penitenciario en unnegocio particular, una industria que opera completamente al margen de la ley y cuya materia prima son personaspobres que no tienen con qué defenderse en un sistema penal completamente venal, estructuralmente corrompido,que permite que los criminales con recursos tengan muchas maneras de evadirlo, en tanto que provoca la condenade muchos inocentes.

Esta es la realidad que se tenía antes, mucho antes de que los cártelessentaran sus realesen Nuevo León(cómo preconizó recursivamente el clásico Coco Coindreau), y es el estado de cosas que permitió que esoscárteles pudieran fácilmente tomar el control de la estructura de mando penitenciaria, como relevo natural de esosfuncionarios cuya única motivación era la ganancia monetaria y el abuso del poder.

Todas las voces que advirtieron el tic-tac de esta bomba de tiempo fueron ignoradas y vilipendiadas, como en elcaso de la Hermana Consuelo Morales, quien desde su organización, Ciudadanos en Apoyo a los DerechosHumanos, A.C. (CADHAC), insistió desde los años 90 en que si no se echaba mano a esas islas jurídicas que sonlos penales, las consecuencias serían desastrosas. Ni siquiera el que CADHAC haya llevado la denuncia de estasituación al plano internacional fue suficiente para que las autoridades estatales emanadas del PRI y del PANmovieran un dedo.

¿Para qué iba un gobierno estatal desgastar sus preciosas energías en someter al imperio de la ley a lascárceles?, ¿qué beneficios tendría un gobernador, un procurador, si atendiera las constantes denuncias deviolaciones sistemáticas a los derechos humanos en los penales?. Nuestros funcionarios democráticamenteelectos no vieron, y no lo ven aun tras los maderos de esos 44 ataúdes, qué tajada política se puede cortar de esepastel explosivo, ya que tienen a la opinión pública de su lado, pues es de todos sabido que quien está en la cárceles porque se lo merece, y se tiene una seguridad plena de quenosotrosjamás tendremos que ver con esesubmundo de citatorios, barandillas, abogados, jueces, actos de formal prisión, consignaciones.

La dichosa opinión pública acude al espectáculo del asesinato e incineración de presos con ese ánimo terapéuticoque a decir de Camilo José Cela, llevaban los campesinos españoles de la preguerra que acudían a ver a loscondenados a morir en el garrote, ya que,el pueblo sencillo lo único que pide es un poco de sangre. Los 44, cadauno de ellos, se merecía la muerte que tuvo, es delos otros, muy otros, los que no son ni serán jamásnosotros, y el campesino vuelve a su labor con el alma purificada y la renovada certeza de su inocencia perpetua.

Es así como en Nuevo León esa combinación de una casta de burócratas en el poder del sistema penitenciario -ahora compartido o cedido a los cárteles-, con una ciudadanía educada en la lógica de la ley fuga, de lasrespuestas prontas y expeditas que aplauden la eliminación de quienes no son como uno; es que tenemos comoconsecuencia una matanza de proporciones tales que deberían movernos a la reflexión por lo menos, o a tenercomo desenlace la reestructura de ese aparato penitenciario.

Ni una cosa ni otra pasarán.

Mátenlos en caliente, ordenó Porfirio Díaz y tras cumplido el mandato con la premura que la orden implicó, lafrase quedó en la memoria de muchos mexicanos como una anécdota festiva de lo que debe hacer un buengobernante, sin que nadie se tomara la molestia de recordar o de saber siquiera quiénes fueron los sujetos pasivosde aquél arranque justiciero del tirano. Igualmente, los 44 asesinados del penal de Apodaca pasarán rápidamenteal olvido y de su muerte sólo tendremos un recuento cuando algo equivalente vuelva a suceder, pues no se moveráun dedo gubernamental para que las causas de tal desastre sean atendidas.

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